Cada 21 de
marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía.
Esta conmemoración fue impulsada por la UNESCO en el año 2000 para promover la poesía como una forma esencial de
cultura. Desde esta organización se considera que el mundo contemporáneo
tiene necesidades, en el terreno de la estética, que la poesía puede cubrir
siempre y cuando se reconozca su papel social. Por este motivo, era
necesario crear un día específico que sirviera para mostrar la importancia de
la poesía a la opinión pública. El Día
de la Poesía es el marco en el
que se efectúan las acciones para sostener este género literario, se valoran
los esfuerzos de los pequeños editores que intentan entrar en el
mercado y se fomenta la lectura y el conocimiento de la poesía.
En homenaje a esta buena causa, y aunque no soy
muy devoto de los “Días de…”(excepto del Día del Trabajador, que no se trabaja), hoy dedicaré mi post a un libro de poesía.
En 50 poemas del milenio, (Ed. DeBolsillo, 2003), que
es como se titula, se
recogen las cincuenta mejores poesías escritas en español de autores no
vivos pertenecientes al siglo XX. Esta antología, publicada con motivo
del tercer aniversario de la colección de poesía que dirige Ana María Moix en dicha editorial,
se elaboró a partir de una votación por internet organizada por la revista
literaria “Qué leer” y la editorial Debolsillo a
finales del año 2002, cuyo objetivo era conocer las preferencias poéticas de
los hispanohablantes. El vencedor indiscutible fue, como no podía ser
menos, Pablo Neruda, cuyo “Poema 20” de “Veinte poemas de amor y una canción
desesperada“, ese que comienza diciendo “puedo escribir los versos más tristes esta
noche…” fue el vencedor. Otra pieza suya, el “Poema 15” del mismo libro, quedó tercero en la lista. El
segundo puesto fue para el español Miguel Hernández con su “Elegía“ de “El rayo que no cesa” quien también
colocó otra poesía entre las diez primeras, las “Nanas de la cebolla“, en la séptima posición.
Poema XX: Puedo escribir
los versos más tristes esta noche, de Pablo Neruda.
Poema XX. – PABLO NERUDA
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir,
por ejemplo: “La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.”
El
viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las
noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me
quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oir la
noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué
importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es
todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como
para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La
misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no
la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De
otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no
la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque
en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque
éste sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.
Pablo
Neruda, de Veinte poemas
de amor y una canción desesperada (1924)
Poema 15 – PABLO NERUDA
ME gustas cuando callas porque
estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas
están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando
callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable
también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando
callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Elegía. Miguel Hernández
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón
Sijé con quien tanto quería).
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi
herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los
dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta
encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero. (10 de enero de 1936)
“Elegía”
es un poema de Miguel
Hernández perteneciente al libro «El rayo que no
cesa» (1936). Este poema fue dedicado a la memoria de su “compañero del alma”, José Ramón Marín Gutiérrez, conocido con el
seudónimo de “Ramón
Sijé”. Ambos nacieron
en Orihuela y entablaron amistad desde pequeños. Ramón
Sijé acompañó
a Miguel
Hernández en
sus primeras publicaciones, emprendiendo juntos la aventura literaria. La
noticia de su inesperada muerte (de una septicemia fulminante, tras una
infección intestinal, a la edad de 22 años) en la Nochebuena de 1935, significó
un duro golpe para el poeta, que le rindió desde este poema un último homenaje.
«Elegía» fue musicalizado en 1972 por Joan Manuel Serrat (dentro
de su álbum «Miguel
Hernández»).
Nanas
de la cebolla. – MIGUEL HERNÁNDEZ
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Tú me
quieres blanca. - Alfonsina Storni
Tú me quieres blanca
Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada
Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.
(Alfonsina
Storni)